lunes, 29 de octubre de 2012

En la Biblioteca Nacional


Hoy tuve un pequeño espacio antes de ir al gim, así que tomé mi libro “Los Símbolos de la Prehistoria” de Raquel Lacalle y me fui a la Biblioteca Nacional.
Al estar allí, fue inevitable pensar en dos cosas: El tiempo que demoré en descubrir este hermoso monumento y en un artículo sobre la educación en Finlandia, que hace unos días me recomendó mi hermana.
Sobre el primer tema les puedo decir que tardé más de tres años en venir por primera vez a la B.N., de pura dejada no más (o tal vez de huasa provinciana!!). Pero una vez adentro, le perdí el susto y ahora vengo cada vez que puedo. Es grato leer aquí, al menos en la sala de Referencia Bibliográfica que es ultra piola. Hay mucha quietud y silencio que, de alguna forma, me recuerda mis años universitarios, aunque acá hay mucha menos gente.
Además, tiene una cafetería muy rica y apacible (en la que hay una jarra con agua de limón, llegar y servir), ad hoc para la lectura o para conversar simplemente. He estado ahí dos veces y quedé sorprendida con la simpatía y calidez con que atiende la señora que trabaja allí. Es muy grato encontrarse con gente así aquí en Santiago, sobre todo en un lugar que propicia el estudio.
Pero, la verdad es que no sólo esta señora se muestra muy agradable, todo el personal con el que he tratado es muy amable. Así que carita feliz a la cortesía de la B.N.
Y el plus es que cuando voy me siento en el siglo XIX; es realmente un edificio muy bello y poder visitarlo libremente me hace amar esta ciudad (por eso es una lástima habérmelo perdido tanto tiempo).
Pero, como les dije al inicio, también cavilé sobre un artículo referente a la educación en Finlandia. Trataba cómo este país había logrado situar su sistema educacional en el primer lugar del ranking europeo, señalando los diferentes factores que contribuyeron a ello, teniendo como eje central la colaboración entre la familia, la escuela y los recursos socioculturales. Como ejemplo señalaba que los fines de semana el 80% de las familias iban a las Bibliotecas (ahora comprenderán por qué me detuve en este tema).
Aterricé esto último a Chile y realmente no me imagino a las familias en patota corriendo a las bibliotecas los días sábados o domingos. Pero en el extraño caso de que ocurriese un milagro y la sociedad chilena se interesara masivamente por la lectura, ¿a qué biblioteca irían si acá no hay? O sea, hay, hoy mismo estuve en una; pero son pocas y chicas. No creo que el 80% de las familias santiaguinas quepan en la Biblioteca Nacional o en la de Santiago, si bien ambas son grandes.
¿Y qué queda para los pueblos chicos, como Molina, en donde la Biblioteca que había apenas daba cabida 40 personas y todo amontonados? (esto pre 27F, ya que se vino abajo y desde entonces no hay, por lo que tengo entendido).
¿Y qué pasa en los colegios en donde tampoco está ese espacio —conozco algunos?
Sé que el tema de un lugar favorable para la lectura y el estudio es sólo una arista muy pequeña del problema. En Chile confluyen temas socio-culturales y económicos profundos que impiden optimizar la educación que van más allá de la gratuidad. Claro que quiero educación gratuita y de calidad para todos, soy profesora, pero me pregunto si los jóvenes que marchan piensan en estas cosas y en otras, tales como: Los profesores (su preparación académica, sueldos, condiciones de trabajo), el rol de la familia en la enseñanza, el tipo de jornada escolar, la existencia de más áreas públicas aptas para el estudio, la entrega de material y que no se limite a los quintiles más bajos, la creación de programas de verdadera difusión e incentivo de la cultura, la educación y la investigación…
¿Reflexionan realmente sobre estos temas nuestros estudiantes o sólo son un rebaño que hace eco de un slogan memorizado? ¿Son conscientes de que centrar el tema educativo en la gratuidad no va a cambiar efectivamente las cosas? ¿Saben de qué hablan cuando mencionan “calidad”? Esas son unas de mis grandes dudas.

Y bueno, la B.N. me dio harto para pensar, tanto que casi no leí. Se me fue el tiempo divagando hasta que llegué al gimnasio y descubrí otra cosa: No hay nada que me produzca más adrenalina que trotar viendo el concierto de Roger Waters año 2007 —Posiblemente superable sólo por el de 2012—. 
Quizás qué me depare la próxima visita a la Biblio y al gim.

Hoy no les dejaré cita de libro, sino el link para que lean uds. mismos el artículo sobre educación en Finlandia: http://www.abc.es/20121008/familia-educacion/abci-consigue-finlandia-numero-educacion-201210011102.html

Y ya que les hablé un poco de gratuidad, educación y Roger 2007, les dejo la canción Money, de Pink Floyd.

Saludos J

lunes, 22 de octubre de 2012

Entre diarios y murales


Cuando llegué a Santiago creí que había una receta mágica para sobrevivir, tal vez programarse en “estado zombie” o algo así, para hacer que cada cosa molesta de “la capital” me resbalaran, pero con el tiempo he comprendido que la única manera de resistir y llegar a amar esta ciudad —como me ha sucedido— es haciendo lo que realmente te gusta. Y la verdad, me gustan demasiadas cosas.
Una de mis mayores pasiones es la Historia, por ende, tengo mi propia investigación. Me he dedicado estos dos últimos años, principalmente, a estudiar la Historia Antigua: sus civilizaciones —específicamente Mesopotamia—, pensamientos, mitología; tratando de encontrar en el origen algunas respuestas a tantas dudas. Sin embargo, lo que más he descubierto es cómo en este poco tiempo me he ido transformando en una persona con mucha —tal vez demasiada— conciencia de la temporalidad del ser humano y sus culturas.
Nos creemos realmente poderosos e inmortales, pero la verdad es que las civilizaciones que nos anteceden no traspasan los 3 mil años aproximadamente de historia, sucediéndose unas a otras y dejándonos sólo escasos extractos de ellas.
Por eso siempre pienso que nosotros también pasaremos y entonces: ¿Cuál será nuestro legado para la Historia? ¿Cómo podremos trascender?
Particularmente, me pregunto qué les dejaré a mis hijos, nietos y bisnietos, sin encontrar una respuesta definitiva y que me satisfaga completamente.
A pesar de ello, como siempre me he sentido cercana a las letras —los libros han sido para mí un bálsamo y una luz sublime en cada etapa de mi vida— fue fácil comenzar a escribir mi historia desde pequeña en numerosos diarios de vida, los cuales han ido mutando desde el más ingenuo e inocente con temas infantiles: el niño que me gustaba, mi apariencia, la competencia entre amigas por ser la BFF de alguien que ya ni siquiera recuerdo bien el nombre; hasta transformarse en mi válvula de escape, en los depositarios de mis miedos, anhelos, proyectos, sueños y vivencias. Son el lugar en donde guardo las cosas que jamás he dicho en voz alta y que se encuentran en la paciente espera de ser, quizás, encontrados en 3 mil años más por un arqueólogo, permitiéndole así a la sociedad del futuro —si es que se denominará sociedad— conocer el contexto y pensamiento de la gente común en épocas pasadas.
Pienso en que este es mi posible regalo para las generaciones humanas o seudo humanas que vienen. Puede que esta sea una forma en la cual pueda seguir perdurando, así como lo hacen los antiguos mesopotámicos hoy en día.
Pero esto es sólo una parte. También guardo aquí, muy cerca de mí, un trozo de historia para mí, para sobrevivir en Santiago.
Es algo tan sencillo como un mural, el que me recuerda permanentemente de dónde vengo y, a veces también, hacia dónde voy. Posee fotos de los seres que amo y que dejé atrás en otra ciudad, de escritores y músicos que me han marcado; leyendas de textos, citas de autores; entradas pulcramente conservadas de mis mejores conciertos. Reside allí cada cosa importante que me ha marcado, incluso una foto de la plaza de Concepción post terremoto 2010, que evoca la fragilidad inmanente de la vida, de cómo en cuestión de segundos todos tus planes se van a la cresta.

Suena algo abrumador, ¿no es así? Tal vez no es buena idea iniciar un blog escribiendo sobre estas cosas. Tal vez sería mejor empezarlo contándoles qué nueva receta probé este fin de semana o cómo decoré mi departamento al llegar a Santiago —cosa que probablemente haré en el futuro—, pero bueno, por alguna parte se empieza y de cierto modo, estos temas me definen.
Y puede que, de alguna manera, este blog se transforme no sólo en una forma más de cómo sobrevivir en Santiago, sino también en un medio para hacer algo de Historia (ésa de la gente común y corriente que tanta falta hace).

Les dejo esta cita inicial: “Este es el Último Refugio, para aquellos que han perdido una parte de su alma”. El Último Refugio, Roberto Innocenti y J. Patrick Lewis.

Y me despido con la canción “Conversation Piece” de David Bowie.

Saludos :)